Prologo de ROSAURIO Episodio 1,
ALTOS COMO EL MONUMENTO
Son tan grandes y
majestuosos, que el ingenio humano se debate entre dos posibilidades:
hipotetizar y teorizar, hipotetizar y fantasear. Los dinosaurios son el
perfecto monstruo imposible, pero real. Y se sabe que viajar a su pasado es tan
atractivo como traerlos a nuestro futuro. Por este andarivel fantástico traza
su camino Rosaurio. Y lo hace con rugidos -¿cómo es el sonido de ese
rugir?- que truenan por las calles de un cielo litoraleño.
Ante vista semejante, vale lo dicho por el poeta: más que el amor, une el espanto. ¿Cómo sería vérselas con estos animales fascinantes, dispuestos a recuperar su paraíso perdido? Que Rosario -esa ciudad de estados de ánimo cambiantes- sea el lugar donde la acción cobre dinámica, tendrá alguna razón. A descubrirla entre líneas.
Sumergidos en la
aventura y obligados a repeler la amenaza, los individuos conforman un grupo. Y
con ellos, a sus personajes; como es el caso de “Fideo”, el chofer de la
camioneta artillada, cuyo nombre recuerda al del compañero de Juan Salvo en El
Eternauta Segunda Parte. Es en esa lógica narrativa, de héroes decididos en
mundos formidables -devastados, próximos, cambiantes, (im)posibles-, donde
mueve su pluma afilada Alejandro Lois. Una pluma dual, donde la prosa se
redimensiona en las ilustraciones. Como es de esperar, éstas son fabulosas.
Lois escribe con la pericia suficiente como para atisbar lo que la imagen completa;
la interacción conseguida ofrece una experiencia única, y con ella la
consolidación de un universo que no se quiere abandonar.
Rosaurio abre sus páginas a una aventura
palpitante. Amigo lector, la sugerencia es clásica y es la que vale: ¡Asómbrese!
¡Aterrorícese! ¡Y diviértase!
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